sábado, 1 de noviembre de 2008
Jn 2, 1-4 Mi hora no ha llegado todavía
Juan 2
(Jn 2, 1-4) Mi hora no ha llegado todavía[1] Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. [2] Jesús también fue invitado con sus discípulos. [3] Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». [4] Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía».
(C.I.C 487) Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo. (C.I.C 1335) Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. (C.I.C 1613) En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre - con ocasión de un banquete de boda (cf. Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo. (C.I.C 495) Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús" (Jn 2, 1; 19, 25; cf. Lumen gentium, 56), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf. Lc 1, 43; cf. Mt 13, 55). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (Cf. Concilio de Éfeso: DS 251).
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