viernes, 28 de noviembre de 2008
Jn 7, 1-5 Ni sus propios hermanos creían en él
Juan 7
(Jn 7, 1-5) Ni sus propios hermanos creían en él[1] Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. [2] Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, [3] y sus hermanos le dijeron: «No te quedes aquí; ve a Judea, para que también tus discípulos de allí vean las obras que haces. [4] Cuando uno quiere hacerse conocer, no actúa en secreto; ya que tú haces estas cosas, manifiéstate al mundo». [5] Efectivamente, ni sus propios hermanos creían en él.
(C.I.C 2250) ‘La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar’ (Gaudium et spes, 47). (C.I.C 2553) La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital. (C.I.C 2539) La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal: San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico por excelencia’ (San Agustín, De disciplina christiana, 7, 7: PL 40, 673; Id., Epistula 108: PL 33, 410). ‘De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (San Gregorio Magno, Moralia in Job, 31, 45, 88: PL 76, 621). (C.I.C 2554) El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el abandono en la providencia de Dios. (C.I.C 2540) La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad: “¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilia 7, 5: PG 60, 448).
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