lunes, 17 de noviembre de 2008

Jn 5, 40-47 Mi gloria no viene de los hombre

(Jn 5, 40-47) Mi gloria no viene de los hombres
[40] y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida. [41] Mi gloria no viene de los hombres. [42] Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. [43] He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. [44] ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que viene sólo de Dios? [45] No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. [46] Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. [47] Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?».
(C.I.C 702) Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39. 46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos acerca de Cristo. Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que el Espíritu Santo ha inspirado en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos] (cf. Lc 24, 44).

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