miércoles, 12 de noviembre de 2008

Jn 4, 43-54 Vuelve a tu casa, tu hijo vive, le dijo Jesús

(Jn 4, 43-54) Vuelve a tu casa, tu hijo vive, le dijo Jesús
[43] Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. [44] Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. [45] Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. [46] Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. [47] Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. [48] Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen». [49] El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera».[50] «Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. [51] Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. [52] Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron. [53] El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia. [54] Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.
(C.I.C 26) Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o "Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la práctica de los mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre, a continuación la Revelación divina, por la cual Dios viene al encuentro del hombre, y finalmente la respuesta de la fe. (C.I.C 143) Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. Dei verbum, 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16. 26). (C.I.C 144) Obedecer (ob-audire) en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.

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