martes, 25 de noviembre de 2008
Jn 6, 55-57 El que me come vivirá por mí
(Jn 6, 55-57) El que me come vivirá por mí
[55] Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. [56] El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. [57] Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
(C.I.C 2837) "De cada día". La palabra griega, epiousion, sólo se emplea en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf. Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf. 1Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion "lo más esencial"), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf. Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada día". “La Eucaristía es nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación” (San Agustín, Sermo 57, 7, 7: PL 38, 389-390). “El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf. Jn 6, 51). Cristo mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial” (San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7: PL 52, 402). (C.I.C 1462) El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia particular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina penitencial (Lumen gentium, 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la medida en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf. CIC cánones 844; 967-969, 972; CCEO canon 722, §§ 3-4).
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