lunes, 18 de enero de 2016
582. ¿Por qué podemos acercarnos al Padre con plena confianza?
(Compendio
582) Podemos acercarnos al Padre con plena confianza, porque Jesús, nuestro
Redentor, nos introduce en la presencia del Padre, y su Espíritu hace de
nosotros hijos de Dios. Por ello, podemos rezar el Padre nuestro con confianza
sencilla y filial, gozosa seguridad y humilde audacia, con la certeza de ser
amados y escuchados.
Resumen
(C.I.C 2797) La
confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las disposiciones
propias del que reza el "Padre Nuestro".
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2777) En
la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre
Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan
expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos
dignos de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te
acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de
la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de
llevar a cabo la purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en
presencia del Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio"
(Hb 2, 13): “La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos
haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si
la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo no nos empujasen a
proferir este grito. “Envió Dios el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones,
que nos hace clamar: 'Abbá, Padre' (Rm
8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre
suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de
lo alto?” (San Pedro Crisólogo, Sermón
71, 3: PL 52, 401).
Para la reflexión
(C.I.C 2778) Este
poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las
liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente
cristiana: parrhesia, simplicidad sin
desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de
ser amado (Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1Jn 2, 28; 3, 21; 5, 14).
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