viernes, 8 de enero de 2016
576. ¿Es posible orar en todo momento? (Primera parte)
(Compendio
576) Orar es siempre posible, pues el tiempo del cristiano es el tiempo de
Cristo resucitado, que está con nosotros «todos los días» (Mt 28, 20). Oración
y vida cristiana son, por ello, inseparables. «Es posible, incluso en el
mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración.
Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina»
(San Juan Crisóstomo).
Resumen
(C.I.C 2757)
"Orad continuamente" (1Ts 5, 17). Orar es siempre posible. Es incluso
una necesidad vital. Oración y vida cristiana son inseparables.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2742)
"Orad constantemente" (1Ts 5, 17), "dando gracias continuamente
y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,
20), "siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu,
velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos" (Ef
6, 18)."No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar
constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar"
(Evagrio Pontico, Capita practica ad
Anatolium, 49: PG 40, 1245). Este ardor incansable no puede venir más que
del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es
el del amor humilde, confiado y
perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe,
luminosas y vivificantes:
Para la reflexión
(C.I.C 2743) Orar
es siempre posible: El tiempo del
cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros, “todos los días”
(Mt 28, 20), cualesquiera que sean las tempestades (cf. Lc 8, 24). Nuestro
tiempo está en las manos de Dios: “Conviene que el hombre ore atentamente, bien
estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante
su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo as otras labores, que levante su
alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un
lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina […], intenden
elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón” (San Juan Crisóstomo, De Anna, sermón 4, 6: PG 54, 668). (Continua)
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