domingo, 28 de julio de 2013
Jr 2, 2-3 Ve a gritar a los oídos de Jerusalén: Así habla el Señor
2 Ve a gritar a
los oídos de Jerusalén: Así habla el Señor: Recuerdo muy bien la fidelidad de
tu juventud, el amor de tus desposorios, cuando me seguías por el desierto, por
una tierra sin cultivar. 3 Israel era algo sagrado para el Señor, las primicias
de tu cosecha: todos los que comían de él se hacían culpables, les sobrevenía
una desgracia –oráculo del Señor
(C.I.C 762) La preparación
lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a
quien Dios promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15,
5-6). La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo
de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel debe ser el signo de
la reunión futura de todas las naciones (cf Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los
profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una
prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva
y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). "Jesús instituyó esta nueva
alianza" (Lumen gentium, 9).
(C.I.C 1611) Contemplando la Alianza de Dios con
Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cf. Os 1-3; Is
54.62; Jr 2-3; 31; Ez 16;23), los profetas fueron preparando la conciencia del
Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y de la
indisolubilidad del matrimonio (cf. Mal 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías
dan testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad
y de la ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de
los Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo
del amor de Dios, amor "fuerte como la muerte" que "las grandes
aguas no pueden anegar" (Ct 8,6-7).
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