lunes, 8 de julio de 2013
Is 49, 14-15 Yo no te olvidaré
14 Sión decía: «El
Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí». 15 ¿Se olvida una madre de
su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se
olvide, yo no te olvidaré!
(C.I.C 219) El amor de Dios
a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (Os 11,1). Este amor es más
fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su
Pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las
peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso:
"Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16). (C.I.C
239) Al designar a Dios con el nombre de
"Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que
Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo
tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal
de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is
66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la
intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que
los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la
paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios
transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios.
Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10),
aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo
es Dios.
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