jueves, 6 de junio de 2013
Is 6, 5 Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos
5 Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un
hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y
mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!».
(C.I.C 208) Ante la
presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante
la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex
3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo,
Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de
labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza,
Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc
5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre
pecador delante de El: "No ejecutaré el ardor de mi cólera [...] porque
soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El apóstol
Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en
caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra
conciencia y conoce todo" (1Jn 3,19-20) (C.I.C 2584) A solas con
Dios, los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una
huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, es, a veces un
debatirse o una queja, y siempre una intercesión que espera y prepara la
intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf. Am 7, 2. 5; Is 6, 5.
8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
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