lunes, 3 de junio de 2013
Is 5, 1-7 Mi amigo tenía una viña en una loma fértil
1 Voy a cantar en
nombre de mi amigo el canto de mi amado a su viña. Mi amigo tenía una viña en
una loma fértil. 2 La cavó, la limpió de piedras y la plantó con cepas
escogidas; edificó una torre en medio de ella y también excavó un lagar. El
esperaba que diera uvas, pero dio frutos agrios. 3 Y ahora, habitantes de
Jerusalén y hombres de Judá, sean ustedes los jueces entre mi viña y yo. 4 ¿Qué
más se podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Si esperaba que diera
uvas, ¿por qué dio frutos agrios? 5 Y ahora les haré conocer lo que haré con mi
viña; Quitaré su valla, y será destruida, derribaré su cerco y será pisoteada.
6 La convertiré en una ruina, y no será podada ni escardada. Crecerán los
abrojos y los cardos, y mandaré a las nubes que no derramen, lluvia sobre ella.
7 Porque la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres
de Judá son su plantación predilecta. ¡El esperó de ellos equidad. y hay
efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!
(C.I.C 734) Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos
sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de
nuestros pecados. La comunión con el Espíritu Santo (2Co 13, 13) es la que, en
la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el
pecado. (C.I.C 735) Él nos da entonces las
"arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8,
23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como
él nos ha amado" (cf. 1Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona
en 1Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque
hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
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