domingo, 2 de junio de 2013
Is 2, 2-5 ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!
(C.I.C 64) Por los profetas,
Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una
Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será
grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una
redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus
infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones (cf.
Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So
2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca,
Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la
salvación de Israel. De ellas la figura más pura de esta esperanza es María
(cf. Lc 1,38). (C.I.C 2317) Las
injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la
envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las
naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace
para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra: “En
la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta
la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la
caridad, superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se
cumpla la palabra: ‘De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas.
Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más
para el combate’” (Is 2, 4) (Gaudium et
spes, 78).
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