jueves, 9 de mayo de 2013

Sb 16, 9-14 Tú tienes poder sobre la vida y la muerte



(Sb 16, 9-14) Tú tienes poder sobre la vida y la muerte

9 ellos murieron por la picadura de langostas y moscas, y no se podía encontrar un remedio para sus vidas, porque merecían ser castigados por esos animales. 10 Pero contra tus hijos, ni siquiera pudieron los dientes de las serpientes venenosas, porque tu misericordia vino a su encuentro y los sanó. 11 Para que se acordaran de tus palabras, eran aguijoneados y se curaban rápidamente, no sea que cayeran en un profundo olvido y así quedaran excluidos de tu acción bienhechora. 12 Y no los sanaron las hierbas ni los ungüentos sino tu palabra, Señor, que todo lo cura. 13 Porque tú tienes poder sobre la vida y la muerte, haces bajar a las puertas del Abismo y haces subir de allí. 14 El hombre, en su malicia, puede matar, pero no hace volver el espíritu una vez que se fue, ni libera al alma recibida por el Abismo.
 (C.I.C 2520) El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue – mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso; – mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf. Rm. 12, 2; Col 1, 10); – mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos: ‘la vista despierta la pasión de los insensatos’ (Sb 15, 5); – mediante la oración: “Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: […] que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado” (San Agustín, Confessiones, 6, 11, 20; PL 32, 729-730).

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