viernes, 31 de mayo de 2013
Is 1, 10-15 ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios?
10 ¡Escuchen la
palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de
nuestro Dios pueblo de Gomorra! 11 ¿Qué me importa la multitud de sus
sacrificios? –dice el Señor– Estoy harto de holocaustos de cameros y de la
grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos. 12
Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, ¿quién les ha pedido que pisen mis
atrios? 13 No me sigan trayendo vanas ofrendas; el incienso es para mí una
abominación. Luna nueva, sábado, convocación a la asamblea... ¡no puedo
aguantar la falsedad y la fiesta! 14 Sus lunas nuevas y solemnidades las detesto
con toda mi alma; se han vuelto para mí una carga que estoy cansado de
soportar. 15 Cuando extienden sus manos. yo cierro los ojos; por más que
multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas
de sangre!
(C.I.C 2100) El sacrificio exterior, para ser auténtico,
debe ser expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es un espíritu
contrito...’ (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con
frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (Cf. Am 5, 21-25)
o sin relación con el amor al prójimo (Cf. Is 1, 10-20). Jesús recuerda las
palabras del profeta Oseas: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13;
12, 7; cf. Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en
la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (Cf. Hb 9,
13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio
para Dios.
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