domingo, 6 de enero de 2013
Sal 8, 2 Quiero adorar tu majestad sobre el cielo
2 ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en
toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:
(C.I.C 2809) La santidad de Dios es el hogar
inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de él en la creación y
en la historia, la Escritura lo llama Gloria,
la irradiación de su Majestad (cf. Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a
su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria"
(Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda "privado de la Gloria de
Dios" (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad
revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre "a la imagen de su
Creador" (Col 3, 10). (C.I.C 300) Dios es
infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su majestad
es más alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene
medida" (Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa
primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas:
"En el vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las
palabras de san Agustín, Dios es "superior
summo meo et interior intimo meo" ("Dios está por encima de lo
más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad") (San
Agustín, Confessiones, 3, 6, 11: PL
32, 688). (C.I.C 2566) El hombre
busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada a la
existencia. Coronado de gloria y esplendor (Sal 8, 6), el hombre es, después de
los ángeles, capaz de reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del Señor por
toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su pecado,
su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el
deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las religiones dan
testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf. Hch. 17, 27).
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