miércoles, 23 de enero de 2013
Sal 32, 5 «Confesaré mis faltas al Señor»
5 Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa,
pensando: «Confesaré mis faltas al Señor». ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi
pecado!
(C.I.C 304) Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de
la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar
causas segundas. Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino un
modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la
historia y el mundo (cf. Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de
educar así para la confianza en Él. La oración de los salmos es la gran escuela
de esta confianza (cf. Sal 22; 32; 35; 103; 138 y en otros lugares). (C.I.C 1502)
El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios
se lamenta por su enfermedad (cf. Sal 38) y de Él, que es el Señor de la vida y
de la muerte, implora la curación (cf. Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se
convierte en camino de conversión (cf. Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios
inaugura la curación (cf. Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que
la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que
la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el
que te sana" (Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener
también un sentido redentor por los pecados de los demás (cf. Is 53,11).
Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará
toda falta y curará toda enfermedad (cf. Is 33,24).
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