martes, 29 de enero de 2013
Sal 39, 9 líbrame de todas mis maldades
9 líbrame de todas mis maldades, y no me expongas a la
burla de los necios. 10 Yo me callo, no me atrevo a abrir la boca, porque eres
tú quien hizo todo esto. 11 Aparta de mí tus golpes: ¡me consumo bajo el peso
de tu mano! 12 Tú corriges a los hombres, castigando sus culpas; carcomes como
la polilla sus tesoros: un soplo, nada más, es todo hombre.
(C.I.C 1488) A los ojos de la fe,
ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para
los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero. (C.I.C 1489) Volver a la comunión con Dios, después de haberla
perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en
misericordia y deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este
don precioso para sí mismo y para los demás. (C.I.C 1490) El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y
arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados
cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto,
mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.
(C.I.C 1492) El arrepentimiento (llamado
también contrición) debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe.
Si el arrepentimiento es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le llama
"perfecto"; si está fundado en otros motivos se le llama
"imperfecto".
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