viernes, 4 de enero de 2013
Sal 6, 3 Ten piedad de mí, sáname
(C.I.C 1502) El hombre del Antiguo
Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su
enfermedad (cf. Sal 38) y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte,
implora la curación (cf. Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino
de conversión (cf. Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación
(cf. Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una
manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios,
según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana"
(Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un
sentido redentor por los pecados de los demás (cf. Is 53,11). Finalmente,
Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda
falta y curará toda enfermedad (cf. Is 33,24).
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