viernes, 11 de enero de 2013
Sal 22, 2 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
2 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por
qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos?
(C.I.C 304) Así vemos al Espíritu
Santo, autor principal de la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios
acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es "una manera de
hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y
su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf. Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt
32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en Él. La oración de los
salmos es la gran escuela de esta confianza (cf. Sal 22; 32; 35; 103; 138 y en
otros lugares). (C.I.C 603) Jesús no conoció la reprobación como si él
mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía
siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a
Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la
cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34;
Sal 22,1). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios
no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros"
(Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo" (Rm 5, 10). (C.I.C 2605) Cuando llega la hora de cumplir el plan
amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria
filial, no solo antes de entregarse libremente ("Padre... no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta
en sus últimas palabras en la Cruz,
donde orar y entregarse son una sola cosa: "Padre, perdónales, porque no
saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo
en el Paraíso" (Lc 24, 43); "Mujer, ahí tienes a tu Hijo […]. Ahí
tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28);
"¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf.
Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus
manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito"
cuando expira entregando el espíritu (cf. Mc 15, 37; Jn 19, 30).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario