miércoles, 9 de enero de 2013

Sal 16, 9-10 Por eso mi corazón se alegra



(Sal 16, 9-10) Por eso mi corazón se alegra  

9 Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: 10 porque no me entregarás la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. 

(C.I.C 627) La muerte de Cristo fue una verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena. Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó con su cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás porque "no era posible que la muerte lo dominase" (Hch 2, 24) y por eso “la virtud divina preservó de la corrupción al cuerpo de Cristo” (Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae 2, 51, 3). De Cristo se puede decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8); y: "mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en la mansión de lo muertos ni permitirás que tu santo experimente la corrupción" (Hch 2, 26-27; cf. Sal 16, 9-10). La Resurrección de Jesús "al tercer día" (1Co 15, 4; Lc 24, 46; cf. Mt 12, 40; Jon 2, 1; Os 6, 2) era el signo de ello, también porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto día (cf. Jn 11, 39).

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