sábado, 26 de septiembre de 2015
522. ¿Cómo se da testimonio de la verdad? ) (Segunda parte - continuación)
Le pedimos disculpas a los visitantes por el
largo retraso: - de 6 – a 15 de
septiembre - en publicar las entradas del blog. Sólo se debe a los retrasos
en la reparación de sus propios fracasos y a reincorporarse a sus funciones por
la empresa que proporciona conexiones a Internet.
(Compendio 522
- repetición) El cristiano debe dar testimonio de la verdad evangélica
en todos los campos de su actividad pública y privada; incluso con el
sacrificio, si es necesario, de la propia vida. El martirio es el testimonio
supremo de la verdad de la fe.
Resumen
(C.I.C 2506) El
cristiano no debe ‘avergonzarse de dar testimonio del Señor’ (2Tm 1, 8) en
obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2473) El martirio es el supremo testimonio de la
verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da
testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad.
Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la
muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por
ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1).
Para la reflexión
(C.I.C 2474) Con
el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes
llegaron hasta el extremo para dar testimonio de su fe. Son las actas de los
Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de
sangre: “No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de
este siglo. Es mejor para mí morir en Cristo Jesús que reinar hasta los
confines de la tierra. Es a Él a quien busco,
a quien murió por nosotros. A Él quiero, al
que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca...” [San Ignacio de
Antioquía, Epistula ad Romanos, 6,
1). “Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser
contado en el número de tus mártires [...]. Has cumplido tu promesa, Dios, en
quien no cabe la mentira y eres veraz. Por esta gracia y por todo te alabo, te
bendigo, te glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu
Hijo amado. Por Él, que está contigo y con el
Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén” (Martyrium Polycarpi, 14, 2-3). [Fin]
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