lunes, 28 de septiembre de 2015
523. ¿Qué prohíbe el octavo mandamiento? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 523
- repetición) El octavo mandamiento prohíbe: 1) El falso
testimonio, el perjurio y la mentira, cuya gravedad se mide según la naturaleza
de la verdad que deforma, de las circunstancias, de las intenciones del
mentiroso y de los daños ocasionados a las víctimas. 2) El juicio temerario, la
maledicencia, la difamación y la calumnia, que perjudican o destruyen la buena
reputación y el honor, a los que tiene derecho toda persona. 3) El halago, la
adulación o la complacencia, sobre todo si están orientados a pecar gravemente
o para lograr ventajas ilícitas. Una culpa cometida contra la verdad debe ser
reparada, si ha causado daño a otro.
Resumen
(C.I.C 2508) La
mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo.
(C.I.C 2509) Una falta cometida contra la verdad exige reparación.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2479) La
maledicencia y la calumnia destruyen la reputación
y el honor del prójimo. Ahora bien,
el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un
derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la
maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la
caridad. (C.I.C 2480) Debe proscribirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación o complacencia,
alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos y en la perversidad de su
conducta. La adulación es una falta grave si se hace cómplice de vicios o
pecados graves. El deseo de prestar un servicio o la amistad no justifica una
doblez del lenguaje. La adulación es un pecado venial cuando sólo desea hacerse
grato, evitar un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas.
Para la reflexión
(C.I.C 2478) Para
evitar el juicio temerario, cada uno debe interpretar, en cuanto sea posible,
en un sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su prójimo:
“Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo,
que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal
la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios
convenientes para que, bien entendiéndola, se salve” (San Ignacio de Loyola, Exercitia spiritualia, 22). (Continua)
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