domingo, 28 de octubre de 2012
2S 12,1-4 Entonces el Señor le envió al profeta Natán
II Samuel 12 - paginas
selectas
1 Entonces el Señor le envió al profeta Natán. El se
presentó a David y le dijo: «Había dos hombres en una misma ciudad, uno rico y
el otro pobre. 2 El rico tenía una enorme cantidad de ovejas y de bueyes. 3 El
pobre no tenía nada, fuera de una sola oveja pequeña que había comprado. La iba
criando, y ella crecía junto a él y a sus hijos: comía de su pan, bebía de su
copa y dormía en su regazo. ¡Era para él como una hija! 4 Pero llegó un viajero
a la casa del hombre rico, y este no quiso sacrificar un animal de su propio
ganado para agasajar al huésped que había recibido. Tomó en cambio la oveja del
hombre pobre, y se la preparó al que le había llegado de visita».
(C.I.C
2538) El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso
estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que
sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar
de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera
(cf. 2S 12, 1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf. Gn 4,
3-7; 1R 21, 1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf.
Sb 2, 24). “Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos
contra otros [...] Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a
dónde llegaremos? […] Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo [...] Nos
declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las
fieras” (San Juan Crisóstomo, In
epistulam II ad Corinthios, homilia
27, 3-4: PG 61, 588).
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