sábado, 27 de octubre de 2012
2S 7, 26-29 Ahora, Señor, tú eres Dios, tus palabras son leales
26 Que tu Nombre sea engrandecido para siempre, y que se
diga: «¡El Señor de los ejércitos es el Dios de Israel!». Y que la casa de
David, tu servidor, esté bien afianzada delante de ti. 27 Porque tú mismo,
Señor de los ejércitos, Dios de Israel te has revelado a tu servidor, diciendo:
«Yo te edificaré una casa». Por eso tu servidor se ha atrevido a dirigirte esta
plegaria. 28 Ahora, Señor, tú eres Dios, tus palabras son leales y has
prometido estos bienes a tu servidor. 29 Dígnate, entonces, bendecir la casa de
tu servidor, para que ella permanezca siempre en tu presencia. Porque tú,
Señor, has hablado, y con tu bendición la casa de tu servidor será bendita para
siempre».
(C.I.C
1081) Las bendiciones divinas se manifiestan en
acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de
Egipto (Pascua y Exodo), el don de la Tierra prometida, la elección de David,
la presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el retorno de un
"pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que tejen la
liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y
responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias. (C.I.C
2465) El Antiguo Testamento lo proclama: Dios
es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf. Pr 8, 7; 2S 7, 28). Su
ley es verdad (cf. Sal 119, 142). ‘Tu verdad, de edad en edad’ (Sal 119, 90; Lc
1, 50). Puesto que Dios es el ‘Veraz’ (Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son
llamados a vivir en la verdad (cf. Sal 119, 30).
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