jueves, 23 de julio de 2009

Rm 15, 30-33 Intercediendo ante Dios por mí

(Rm 15, 30-33) Intercediendo ante Dios por mí
[30] Les ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchen junto conmigo, intercediendo ante Dios por mí, [31] a fin de que, en Judea, no caiga en manos de los incrédulos, y los santos de Jerusalén reciban con agrado la ofrenda que les llevo. [32] Así tendré la alegría de ir a verlos, y si Dios quiere, podré descansar un poco entre ustedes. [33] Que el Dios de la paz esté con todos ustedes. Amén.
(C.I.C 2629) El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso "luchar en la oración" (cf. Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición. Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él. (C.I.C 2634) La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf. Rm 8, 34; 1Jn 2, 1; 1Tm 2. 5-8). Es capaz de "salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo "intercede por nosotros […] y su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).

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