miércoles, 22 de julio de 2009
Rm 15, 20-24 Cristo ya había sido invocado
(Rm 15, 20-24) Cristo ya había sido invocado
[20] haciendo cuestión de honor no predicar la Buena Noticia allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no edificar sobre un fundamento puesto por otros. [21] Así dice la Escritura: Lo verán aquellos a los que no se les había anunciado y comprenderán aquellos que no habían oído hablar de él. [22] Por eso en todo este tiempo no he podido ir a verlos. [23] Pero como ya he terminado mi trabajo en esas regiones y desde hace varios años tengo un gran deseo de visitarlos, [24] espero verlos de paso cuando vaya a España, y que me ayuden a proseguir mi viaje a ese país, una vez que haya disfrutado, aunque sea un poco, de la compañía de ustedes.
(C.I.C 851) El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia..." (2Co 5, 14; cf. Apostolicam actuositatem, 6; Redemptoris missio, 11). En efecto, "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera. (C.I.C 852) Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (Redemptoris missio, 21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres; “impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (Ad gentes, 5). Es así como la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano, Apologeticum, 50, 13: PL 1, 603).
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