martes, 21 de julio de 2009

Rm 15, 15-19 Conducir a los paganos a la obediencia

(Rm 15, 15-19) Conducir a los paganos a la obediencia
[15] Sin embargo, les he escrito, en algunos pasajes con una cierta audacia, para recordarles lo que ya saben, correspondiendo así a la gracia que Dios me ha dado: [16] la de ser ministro de Jesucristo entre los paganos, ejerciendo el oficio sagrado de anunciar la Buena Noticia de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo. [17] ¡Yo tengo de qué gloriarme en Cristo Jesús, en lo que se refiere al servicio de Dios! [18] Porque no me atrevería a hablar sino de aquello que hizo Cristo por mi intermedio, para conducir a los paganos a la obediencia, mediante la palabra y la acción, [19] por el poder de signos y prodigios y por la fuerza del Espíritu de Dios. Desde Jerusalén y sus alrededores hasta Iliria, he llevado a su pleno cumplimiento la Buena Noticia de Cristo,
(C.I.C 551) Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia: “Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Lc 22, 29-30). (C.I.C 985) El Bautismo es el primero y principal sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado y nos da el Espíritu Santo. (C.I.C 984) El Credo relaciona "el perdón de los pecados" con la profesión de fe en el Espíritu Santo. En efecto, Cristo resucitado confió a los apóstoles el poder de perdonar los pecados cuando les dio el Espíritu Santo. (C.I.C 983) La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores: “El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra” (San Ambrosio, De Paenitentia 1, 8, 34: PL 16, 476-477). “[Los sacerdotes] han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles [...] Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo” (San Juan Crisóstomo, De sacerdotio, 3, 5: PG 48, 643). “Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don” (San Agustín, Sermo 213, 8, 8: PL 38, 1064).

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