miércoles, 1 de julio de 2009

Rm 12, 16-18 Vivan en armonía unos con otros

(Rm 12, 16-18) Vivan en armonía unos con otros
[16] Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. [17] No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. [18] En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos.
(C.I.C 2559) "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]: PG 94, 1089). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf. Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9: PL 38, 381). (C.I.C 1829) La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión: “La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos” (San Agustín, In epistulam Ioannis ad Parthos tractatus, 10, 4: PL 35, 2056-2057).

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