jueves, 5 de febrero de 2015
366. ¿Dónde se sitúa la libertad humana en el orden de la salvación?
(Compendio 366) Nuestra libertad se
halla debilitada a causa del pecado original. El debilitamiento se agrava aún
más por los pecados sucesivos. Pero Cristo «nos liberó para ser libres» (Ga 5,
1). El Espíritu Santo nos conduce con su gracia a la libertad espiritual, para
hacernos libres colaboradores suyos en la Iglesia y en el mundo.
Resumen
(C.I.C 1748) “Para ser libres nos
libertó Cristo” (Ga 5, 1).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1739) Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De
hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de
Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera
alienación engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad,
desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del
hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad. (C.I.C 1740) Amenazas para
la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y
hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre ‘sujeto de esa libertad como
un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en
el goce de los bienes terrenales’ (Libertatis
conscientia, 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y
social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad
son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de
ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como
a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la
ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo,
rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
Para la reflexión
(C.I.C 1741) Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la
salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía
sometidos a esclavitud. ‘Para ser libres nos libertó Cristo’ (Ga 5,1). En Él
participamos de ‘la verdad que nos hace libres’ (Jn 8,32). El Espíritu Santo
nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, ‘donde está el Espíritu, allí está
la libertad’ (2Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la ‘libertad de los
hijos de Dios’ (Rm 8,21). (C.I.C 1742) Libertad y gracia. La gracia de Cristo
no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al
sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al
contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la
oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se
acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como
también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de
la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de
nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo. “Dios
omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros los males, para que, bien dispuesto
nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir tu voluntad” (Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Colecta:
Misal Romano).
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