lunes, 15 de abril de 2013
Qo 12, 1-7 Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud
1 Acuérdate de tu
Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días penosos y vengan
los años en los que dirás: «No encuentro en ellos ningún placer»; antes que se oscurezcan el sol y la luz, la
luna y las estrellas, y vuelvan las nubes cargadas de lluvia. 3 En aquel día
temblarán los guardianes de la casa y se encorvarán los hombres vigorosos; se
detendrán las moledoras, que ya serán pocas, y se oscurecerán las que miran por
las ventanas; 4 se cerrarán las puertas de la calle, mientras declina el ruido
del molino; cesará el canto de los pájaros y enmudecerán las que entonan
canciones. 5 Entonces se temerán las cuestas empinadas y los terrores acecharán
por el camino. El almendro estará florecido, se pondrá pesada la langosta y la
alcaparra perderá su eficacia. Porque el hombre se va a su morada eterna,
mientras las plañideras rondan por la calle. 6 Sí, acuérdate de él antes que se
corte la hebra de plata y se quiebre la ampolla de oro, antes que se haga
pedazos el cántaro en la fuente y se rompa la cuerda del aljibe; 7 antes que el
polvo vuelva a la tierra, como lo que es, y el aliento vuelva a Dios, porque es
él quien lo dio.
(C.I.C 1007) La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están
medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en
todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación
normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el
recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no
contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida: “Acuérdate
de tu Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo
que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
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