viernes, 5 de abril de 2013
Pr 8, 22-31 Yo estaba a su lado como un hijo querido
22 El Señor me
creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre. 23 Yo fui
formada desde la eternidad, desde el comienzo, antes de los orígenes de la
tierra. 24 Yo nací cuando no existían los abismos, cuando no había fuentes de
aguas caudalosas. 25 Antes que fueran cimentadas las montañas, antes que las
colinas, yo nací, 26 cuando él no había hecho aún la tierra ni los espacios ni
los primeros elementos del mundo. 27 Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba
allí; cuando trazaba el horizonte sobre el océano, 28 cuando condensaba las
nubes en lo alto, cuando infundía poder a las fuentes del océano, 29 cuando
fijaba su límite al mar para que las aguas no transgredieran sus bordes, cuando
afirmaba los cimientos de la tierra, 30 yo estaba a su lado como un hijo
querido y lo deleitaba día tras día, recreándome delante de él en todo tiempo,
31 recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos
de los hombres.
(C.I.C 288) Así, la revelación de
la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza
del Dios único, con su Pueblo. La creación es revelada como el primer paso
hacia esta Alianza, como el primero y universal testimonio del amor todopoderoso
de Dios (cf. Gn 15,5; Jr 33,19-26). Por eso, la verdad de la creación se
expresa con un vigor creciente en el mensaje de los profetas (cf. Is 44,24), en
la oración de los salmos (cf. Sal 104) y de la liturgia, en la reflexión de la
sabiduría (cf. Pr 8,22-31) del pueblo elegido.
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