miércoles, 17 de abril de 2013
Ct 3, 1-4 «¿Han visto al amado de mi alma?»
1 En mi lecho,
durante la noche, busqué al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! 2 Me
levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado
de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! 3 Me encontraron los centinelas que
hacen la ronda por la ciudad: «¿Han visto al amado de mi alma?». 4 Apenas los
había pasado, encontré al amado de mi alma. Lo agarré, y no lo soltaré hasta
que lo haya hecho entrar en la casa de mi madre, en la habitación de la que me engendró.
(C.I.C 2710) La elección del tiempo y de la duración de la oración contemplativa depende de
una voluntad decidida reveladora de los secretos del corazón. No se hace
contemplación cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el
Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que
sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo
momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente
de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de
la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.
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