jueves, 7 de febrero de 2013
Sal 51, 19) tú no desprecias el corazón contrito y humillado
19 mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no
desprecias el corazón contrito y humillado.
(C.I.C 1428) Ahora bien, la llamada de Cristo a la
conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea
ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los
pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de
purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (Lumen gentium, 8). Este esfuerzo de
conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón
contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44; 12,32)
a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf. 1Jn
4,10). (C.I.C 2100) El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser
expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es un espíritu contrito...’
(Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los
sacrificios hechos sin participación interior (Cf. Am 5, 21-25) o sin relación
con el amor al prójimo (Cf. Is 1, 10-20). Jesús recuerda las palabras del
profeta Oseas: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13; 12, 7; cf.
Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en
ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (Cf. Hb 9, 13-14).
Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para
Dios.
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