domingo, 26 de agosto de 2012
Ex 40,36-38 La nube del Señor estaba sobre la morada
36 En todas las
etapas del camino, cuando la nube se alzaba, alejándose de la Morada, los
israelitas levantaban el campamento. 37 Pero si la nube no se alzaba, ellos no
se movían, hasta que la nube volvía a hacerlo. 38 Porque durante el día, la
nube del Señor estaba sobre la morada, y durante la noche, un fuego brillaba en
ella, a la vista de todo el pueblo de Israel. Esto sucedía en todas las etapas
del camino.
(C.I.C
2062) Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las
implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia
moral es respuesta a la iniciativa
amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de
gracias. Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia.
(C.I.C 2063) La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también confirmados
por el hecho de que todas las obligaciones se enuncian en primera persona (‘Yo
soy el Señor...’) y están dirigidas a otro sujeto (‘tú’). En todos los
mandamientos de Dios hay un pronombre personal en singular que designa el destinatario. Al mismo tiempo que a todo el
pueblo, Dios da a conocer su voluntad a cada uno en particular: “El Señor
prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a fin de que
el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el Decálogo, Dios preparaba
al hombre para ser su amigo y tener un solo corazón con su prójimo [...]. Las
palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de
ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida
del Señor en la carne” (San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses, 4, 16, 3-4: PG 7, 1017-1018). (C.I.C 2064) Fiel a la Escritura y
siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el
Decálogo una importancia y una significación primordiales.
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