domingo, 5 de agosto de 2012
Ex 24,15-16 El Señor llamó a Moisés desde la nube
15 Y Luego subió
a la montaña. La nube cubrió la montaña, 16 y la gloria del Señor se estableció
sobre la montaña del Sinaí, que estuvo cubierta por la nube durante seis días.
Al séptimo día, el Señor llamó a Moisés desde la nube.
(C.I.C
697) La nube y la luz. Estos dos
símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las
teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa,
revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia
de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la
Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex
40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8,
10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo.
Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su
sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña
de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube y cubrió con su
sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se
oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido,
escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que
"ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión
(Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su
Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
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