jueves, 9 de agosto de 2012
Ex 29,5-7 El óleo de la unción lo derramarás sobre su cabeza
Éxodo 29
(pàginas selectas)
(Ex 29,5-7) El óleo de la unción lo derramarás sobre
su cabeza
5 Tomarás luego
las vestiduras y revestirás a Aarón con la túnica, el manto del efod, el efod y
el pectoral, y lo ceñirás con el cinturón del efod. 6 Le colocarás también el
turbante sobre la cabeza y el signo de su consagración encima del turbante. 7
Tomarás después el óleo de la unción, lo derramarás sobre su cabeza y lo
ungirás con él.
(C.I.C
436) Cristo viene de la traducción
griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir
"ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa
palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los
que le eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Este era el
caso de los reyes (cf. 1S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1R 1, 39), de los
sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf.
1R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría
para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías
debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y
sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4,
16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
sacerdote, profeta y rey. (C.I.C 1539) El pueblo elegido fue constituido por
Dios como "un reino de sacerdotes y una nación consagrada" (Ex 19,6;
cf. Is 61,6). Pero dentro del pueblo de Israel, Dios escogió una de las doce
tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico (cf. Nm 1, 48-53); Dios mismo es
la parte de su herencia (cf. Jos 13,33). Un rito propio consagró los orígenes
del sacerdocio de la Antigua Alianza (cf. Ex 29,1-30; Lv 8). En ella los
sacerdotes fueron establecidos "para intervenir en favor de los hombres en
lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados"
(Hb 5,1). (C.I.C 1540) Instituido para anunciar la palabra de Dios (cf. Ml
2,7-9) y para restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios y la
oración, este sacerdocio de la Antigua Alianza, sin embargo, era incapaz de
realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los
sacrificios, y no podía alcanzar una santificación definitiva (cf. Hb 5,3;
7,27; 10,1-4), que sólo podría ser lograda por el sacrificio de Cristo.
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