martes, 7 de mayo de 2019
Comentario CIC al YouCat Pregunta n. 486 a.
(Respuesta YouCat) Dios, que nos conoce
completamente, sabe lo que necesitamos. Sin embargo, quiere que «pidamos»: que
en las necesidades de nuestra vida nos dirijamos a él, le gritemos, le
supliquemos, nos quejemos, le llamemos, que incluso «luchemos en la oración»
con él.
Reflecciones y puntos a profundizar (Comentario CIC) (C.I.C 2629) El vocabulario
neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir,
reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso
"luchar en la oración" (cf. Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más
habitual, por ser la más espontánea, es la petición. Mediante la oración de
petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser
criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras
adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos,
como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es
un retorno hacia Él.
Para meditar
(Comentario
YouCat) Ciertamente Dios no necesita nuestras peticiones para ayudarnos. La
razón por la que debemos pedir es por nuestro propio interés. Quien no pide y
no quiere pedir, se encierra en sí mismo. Sólo el hombre que pide, se abre y se
dirige al origen de todo bien. Quien pide retorna a la casa de Dios. De este
modo la oración de petición coloca al hombre en la relación correcta con Dios,
que respeta nuestra libertad.
(Comentario CIC) (C.I.C
2630) El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación,
frecuentes en el Antiguo Testamento. En adelante, en Cristo resucitado, la
oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en
la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de
otras profundidades, de lo que San Pablo llama el gemido: el de la creación "que sufre dolores de parto"
(Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del rescate de nuestro
cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm 8, 23-24), y,
por último, los "gemidos inefables" del propio Espíritu Santo que
"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir
como conviene" (Rm 8, 26).
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