miércoles, 14 de abril de 2010

Ef 4, 20-24 Renovarse en lo más íntimo de su espíritu

(Ef 4, 20-24) Renovarse en lo más íntimo de su espíritu

[20] Pero no es eso lo que ustedes aprendieron de Cristo, [21] si es que de veras oyeron predicar de él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús. [22] De él aprendieron que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo dejándose arrastras por los deseos engañosos, [23] para renovarse en lo más íntimo de su espíritu [24] y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad.

(C.I.C 1695) “Justificados […] en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11), “santificados y llamados a ser santos” (1Co 1,2), los cristianos se convierten en ‘el templo […] del Espíritu Santo’ (Cf. Ga 4, 6). Este ‘Espíritu del Hijo’ les enseña a orar al Padre (Ga 5, 25) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (Cf. Ga 5, 25) para dar los frutos del Espíritu por la caridad operante. Sanando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente mediante una transformación espiritual (Cf. Ef 4, 23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como ‘hijos de la luz’ (Ef 5, 8), ‘por la bondad, la justicia y la verdad’ en todo (Ef 5,9). (C.I.C 1473) El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre nuevo" (cf. Ef 4,24).

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