[9] Una noche, el Señor dijo a Pablo en una visión: «No temas. Sigue predicando y no te calles. [10] Yo estoy contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me está reservado». [11] Pablo se radicó allí un año y medio, enseñando la Palabra de Dios.
sábado, 25 de abril de 2009
Hch 18, 9-11 No temas. Sigue predicando y no te calles
(Hch 18, 9-11) No temas. Sigue predicando y no te calles
[9] Una noche, el Señor dijo a Pablo en una visión: «No temas. Sigue predicando y no te calles. [10] Yo estoy contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me está reservado». [11] Pablo se radicó allí un año y medio, enseñando la Palabra de Dios.
[9] Una noche, el Señor dijo a Pablo en una visión: «No temas. Sigue predicando y no te calles. [10] Yo estoy contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me está reservado». [11] Pablo se radicó allí un año y medio, enseñando la Palabra de Dios.
(C.I.C 875) "¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? y ¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rm 10, 14-15). Nadie, ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio. "La fe viene de la predicación" (Rm 10, 17). Nadie se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia, sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de Cristo. De Él reciben la misión y la facultad [el "poder sagrado"] de actuar in persona Christi Capitis. Este ministerio, en el cual los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama "sacramento". El ministerio de la Iglesia se confiere por medio de un sacramento específico. (C.I.C 1122) Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47). "De todas las naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra: “El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo [...]. Necesita la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos. En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra" (Presbiterorum Ordinis, 4).
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