miércoles, 1 de abril de 2009

Hch 13, 32-37 Nosotros anunciamos esta Buena Noticia

(Hch 13, 32-37) Nosotros anunciamos esta Buena Noticia
[32] Y nosotros les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios hizo a nuestros padres, [33] fue cumplida por él en favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús, como está escrito en el Salmo segundo: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. [34] Que Dios lo ha resucitado de entre los muertos y que no habrá de someterse a la corrupción, es lo que el mismo Dios ha declarado diciendo: Cumpliré las santas promesas hechas a David, aquellas que no pueden fallar. [35] Por eso también dice en otro pasaje: No permitirás que tu Santo sufra la corrupción. [36] Sin embargo, David, después de haber cumplido la voluntad de Dios en su tiempo, murió, fue a reunirse con sus padres y sufrió la corrupción. [37] Pero aquel a quien Dios resucitó no sufrió la corrupción.
(C.I.C 602) En consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), "a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5, 21).

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