miércoles, 15 de abril de 2009

Hch 16, 29-34 Cree en el Señor Jesús y te salvarás

(Hch 16, 29-34) Cree en el Señor Jesús y te salvarás
[29] El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas. [30] Luego los hizo salir y les preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?». [31] Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia». [32] En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. [33] A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia. [34] Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.
(C.I.C 1226) Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, San Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos […] y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara San Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carceler o inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33). (C.I.C 1655) Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (Cf. Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa" (Cf. Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente. (C.I.C 1656) En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, Ecclesia domestica (Lumen gentium, 11; Cf. Familiaris consortio, 21). En el seno de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (Lumen gentium, 11).

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