martes, 21 de abril de 2009

Hch 17, 29a Nosotros somos de la raza de Dios

(Hch 17, 29a) Nosotros somos de la raza de Dios
[29a] Y si nosotros somos de la raza de Dios,
(C.I.C 360) Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios "creó […] de un solo principio, todo el linaje humano" (Hch 17, 26; cf. Tb 8, 6): “Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios [...]: en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; [...] en la unidad de su rescate realizado para todos por Cristo” (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus; cf. Nostra aetate, 1). (C.I.C 361) “Esta ley de solidaridad humana y de caridad” (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus), sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos. (C.I.C 362) La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que "Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente" (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios. (C.I.C 364) El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1Co 6,19-20; 15,44-45): “Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día (Gaudium et spes, 14).

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