martes, 26 de marzo de 2013
Sal 138, 1-2 daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad
1 Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en
presencia de los ángeles. 2 Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a
tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu
renombre.
(C.I.C 304) Así vemos al Espíritu
Santo, autor principal de la Sagrada Escritura atribuir con frecuencia a Dios
acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es "una manera de
hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y
su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf. Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt
32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en Él. La oración de los
salmos es la gran escuela de esta confianza (cf. Sal 22; 32; 35; 103; 138 y en
otros lugares). (C.I.C 214) Dios, "El que
es", se reveló a Israel como el que es "rico en amor y
fidelidad" (Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las
riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia,
su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su
fidelidad, su verdad. "Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu
verdad" (Sal 138,2; cf. Sal 85,11). Él es la Verdad, porque "Dios es
Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1Jn 1,5); él es "Amor", como
lo enseña el apóstol Juan (1Jn 4,8).
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