sábado, 23 de marzo de 2013
Sal 130, 1-3 Desde lo más profundo te invoco, Señor
1 Desde lo más profundo te invoco, Señor, 2 ¡Señor, oye
mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. 3 Si tienes en cuenta
las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?
(C.I.C 2559) "La oración es la elevación del alma
a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]: PG 94, 1089).
¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de
nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de
un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf. Lc 18,
9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir
como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para
recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios
(San Agustín, Sermo 56, 6, 9: PL 38,
381). (C.I.C 239) Al designar a Dios con el nombre de
"Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que
Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo
tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal
de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is
66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la
intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros
representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que
los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la
paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios
transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios.
Transciende también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10),
aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo
es Dios.
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