martes, 5 de marzo de 2013
Sal 110, 1 yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies
1 Dijo el Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha,
mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies».
(C.I.C 659) "Con esto, el Señor Jesús, después de
hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios" (Mc 16,
19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección
como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde
entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf. Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero
durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus
discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino (cf. Hch 1, 3), su
gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc
16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última aparición de Jesús termina
con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por
la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf.
Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19;
Hch 2, 33; 7, 56; también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional
y única, se muestra a Pablo "como un abortivo" (1Co 15, 8) en una
última aparición que constituye a éste en apóstol (cf. 1Co 9, 1; Ga 1, 16).
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