viernes, 1 de marzo de 2013
Sal 104, 30 Si envías tu aliento, son creados
(C.I.C 292) La acción
creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento (cf. Sal
33,6; 104,30; Gn 1,2-3), revelada en la Nueva Alianza, inseparablemente una con
la del Padre, es claramente afirmada por la regla de fe de la Iglesia:
"Sólo existe un Dios [...]: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el
Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría" (San
Ireneo, Adversus haereses, 2, 30, 9:
PG 7, 822), "por el Hijo y el Espíritu", que son como "sus
manos" (ibid., 4, 20, 1: PG 7,
1032). La creación es la obra común de la Santísima Trinidad. (C.I.C 703)
La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda
creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): “Es
justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es
Dios consubstancial al Padre y al Hijo [...] A Él
se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el
Padre por el Hijo” (Oficio Bizantino de
la Horas. Maitines del domingos según el modo segundo, Antifonas 1 y 2
(“Parakletikés”).
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