jueves, 15 de octubre de 2009

1Co 11, 1-7 Yo sigo el ejemplo de Cristo

1Corintios 11

(1Co 11, 1-7) Yo sigo el ejemplo de Cristo

[1] Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo. [2] Los felicito porque siempre se acuerdan de mí y guardan las tradiciones tal como yo se las he transmitido. [3] Sin embargo, quiero que sepan esto: Cristo es la cabeza del hombre; la cabeza de la mujer es el hombre y la cabeza de Cristo es Dios. [4] En consecuencia, el hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta deshonra a su cabeza; [5] y la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza, exactamente como si estuviera rapada. [6] Si una mujer no se cubre con el velo, que se corte el cabello. Pero si es deshonroso para una mujer cortarse el cabello o raparse, que se ponga el velo. [7] El hombre, no debe cubrir su cabeza, porque él es la imagen y el reflejo de Dios, mientras que la mujer es el reflejo del hombre.

(C.I.C 107) Los libros inspirados enseñan la verdad. "Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra" (Dei verbum, 11). (C.I.C 108) Sin embargo, la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (San Bernardo de Claraval, Homilia super “Missus est” 4, 11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45). (C.I.C 109) En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras (cf. Dei verbum, 12).

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