viernes, 9 de octubre de 2009

1Co 10, 12 Que se cree muy seguro cuídese de no caer

(1Co 10, 12) Que se cree muy seguro cuídese de no caer

[12] Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no caer!

(C.I.C 2847) El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf. Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2Tm 3, 12) en orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf. St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte. “Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres [...] En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado” (Orígenes, De oratione, 29, 15 y 17: PG 11, 541-544). (C.I.C 2848) "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón [...] Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1Co 10, 13).

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