miércoles, 12 de agosto de 2009
1Co 3, 2-3 Los celos y discordias que hay entre ustedes
(1Co 3, 2-3) Los celos y discordias que hay entre ustedes
[2] Los alimenté con leche y no con alimento sólido, porque aún no podían tolerarlo, como tampoco ahora, [3] ya que siguen siendo carnales. Los celos y discordias que hay entre ustedes, ¿no prueban acaso, que todavía son carnales y se comportan de una manera puramente humana?
(C.I.C 2538) El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf. 2S 12, 1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf. Gn 4, 3-7; 1R 21, 1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf. Sb 2, 24). “Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros [...] Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? […] Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo [...] Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras” (San Juan Crisóstomo, In epistulam II ad Corinthios, homilia 27, 3-4: PG 61, 588). (C.I.C 2541) La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre. El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra la seducción de lo que, desde entonces, aparece como “bueno para comer, apetecible a la vista y excelente […] para lograr sabiduría” (Gn 3, 6).
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