miércoles, 12 de agosto de 2009

1Co 3, 1 No pude hablarles como a hombres espirituales

1Corintios 3
(1Co 3, 1) No pude hablarles como a hombres espirituales
[1] Por mi parte, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a hombres carnales, como a quienes todavía son niños en Cristo.
(C.I.C 2539) La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal: San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico por excelencia’ (San Agustín, De disciplina christiana, 7, 7: PL 40, 673; Id., Epistula 108: PL 33, 410). ‘De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (San Gregorio Magno, Moralia in Job, 31, 45, 88: PL 76, 621). (C.I.C 2540) La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad: “¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros” (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilía 7, 5: PG 60, 448).

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